sábado, 15 de marzo de 2025

En el lugar equivocado

Si tuviera que responder, y esto sólo en el caso en que alguien se acercara a preguntármelo, qué hacía allí, por qué había asistido a esa charla en particular o qué esperaba de ella, mi respuesta sería bastante esquiva. Nada más que mi interés por refugiarme de la inminente lluvia ante mi falta de previsión de llevar conmigo un paraguas me había llevado a ese salón de conferencias semivacío. Por eso esperaba pues que nadie me preguntara nada y, al mismo tiempo, continuar escuchando sin oír lo que allí se decía.
    Unas seis o siete filas de butacas formaban un pequeño semicírculo que miraba hacia una tarima a modo de escenario en la que dos personas, un hombre y una mujer, hablaban sobre algo referido a la literatura. Tal vez era la presentación del libro de uno de ellos y el otro hacía preguntas al respecto. Si era algo como eso, no ubicaba a ninguno de los dos por sus caras ni por sus nombres, aunque eso no significaba nada. Por suerte hablaban en español, si la charla hubiera sido en otro idioma con o sin traducción inmediata apenas habría podido resistir el cabeceo previo a quedarme dormido y comenzar a roncar.
    Diré que puse todo mi empeño en atender a lo que se decía, sin embargo había un detalle que resultaba una distracción permanente. Detrás de las dos personas que hablaban había una pantalla de gran tamaño que parecía enmarcarlas junto con la mesa que los separaba y los bancos en los que se sentaban. Probablemente los organizadores no habían pensado muy bien qué proyectar y por eso recurrieron a imágenes de diferentes paisajes en movimiento, todos deslumbrantes e inaccesibles por igual para la gente común ―para mí―; lo que fuera que se dijera frente a ellos perdería toda relevancia ―también para mí.
    Mi distracción no se debió a uno de los sucesivos paisajes, sino por otra cosa que surgió en la pantalla. Algo que en un principio creí que sería un pixel dañado, muerto, destruido, un punto negro perdido en uno de los extremos de la pantalla que comenzó a crecer poco a poco hasta ocuparla casi por completo. Claramente no era un pixel muerto, cosa que descubrí rápidamente, sino que era una especie de criatura negra como la más oscuras de las noches, mezcla de insecto con muchas patas, demasiadas, reptil de piel escamosa, fría y pegajosa, innumerables ojos de vidrio y, para terror de mis nervios, colmillos tan gruesos como mi cuerpo. Esa criatura miró de frente hacia el salón, no hacia la supuesta cámara que debería de estar filmando el paisaje que ocultaba con su abultado cuerpo, sino hacia las butacas, a nosotros, a quienes estábamos allí sin que nadie más pareciera darse cuenta de nada porque nadie había reaccionado, salvo que al igual que yo en ese instante, estuvieran paralizados de miedo.
    Esa cosa, esa criatura, tocó la pantalla con sus colmillos y varias de sus patas. La tela se abultó antes de rasgarse. El aroma de la naturaleza selvática invadió el salón. La pata de aquella cosa se agitó sobre la cabeza de los dos que hablaban y aun así nadie dijo nada.
    Me sentía pálido, aterrado, casi fuera de mí ante lo que veía, aunque lo que más me extrañaba era la pasividad del resto de las personas de la sala. ¿Qué pasaba? ¿No veían a aquella cosa intentando penetrar en nuestro mundo? ¿Sería el único testigo de semejante atrocidad?
    La bestia comenzó a morder el agujero en la pantalla buscando agrandarlo para introducir su cuerpo. Había logrado hacer pasar tres de sus peludas patas con las que también hacía fuerza, hasta que lo consiguió. La pantalla cedió y logró meter su cabeza completa de nuestro lado de la realidad. Cada uno de sus extraños ojos me miró, a mí, directamente a mí, a nadie más que a mí, como si supiera que yo y solo yo era quien la veía. Aunque no tenía labios, ni boca ni cosa que se le pareciera, diría que sonrió.
    Primero una, luego dos, tres, y prontamente todas las personas en el salón, se giraron hacía mí. Incluso las dos que hasta ese momento habían estado hablando normalmente, me miraban. Si no lo había notado antes ahora no podía no dejar de hacerlo: todas ellas tenían los mismos ojos, la misma cantidad de ellos, que la criatura que seguía intentando atravesar la pantalla. Yo, y solamente yo era el extraño allí, el diferente, el que sobraba, el que se encontraba en el lugar equivocado.
    Lentamente me puse de pie pensando en qué me había llevado a decidir esa mañana dejar el paraguas en la casa.



8 comentarios:

José A. García dijo...

¿Cuántas veces más me tocará estar en el lugar equivocado...?

Saludos,
J.

gla. dijo...

Pues a mi, varias veces en mi vida y con la misma sensación de ser la diferente, el miedo de no estar haciendo lo correcto en el lugar incorrecto.
Abrazos

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Suele pasar en inaugaraciones de muestras que haya público por error o que va por la comida, bebida.
Sólo que esto se volvió terrorífico para el protagonista.
Saludos, colega demiurgo.

Maia dijo...

Seguro más de las que se desean.
Ese escorpión negro es corpulento y aterrador.

Saludos

Tot Barcelona dijo...

Tantas como sean necesaria, J A García, porque lo importante no es equivocarse, es saber rectificar.
Salut

Gabiliante dijo...

Seguramente el prota era culpable. Ya sabrá él de qué...
Todos no pueden equivocarse. Y menos los conferenciantes, que son famosos, mas o menos.
El monstruo es la alternativa al castigo, que en este caso es la lluvia. Contento debería estar de que le den alternativa, y no lo echen a la calle justo antes de que llegue el tsunami.
Abrszoo

neuriwoman dijo...

Y encima la sensación de que tienes ojos en la nuca para sentir las miradas sin tan siquiera estar mirando 👀

Cabrónidas dijo...

Se le da bien al humano estar en el lugar equivocado. Aún debe ser más horrible sentirse en el planeta equivocado.