domingo, 13 de abril de 2025

Esas nuevas ideas

Ardían. Sus pulmones ardían. Ambos. Como si quisieran salírsele del cuerpo a través de la boca abierta mientras buscaba tragar más aire. La agitación demoraba en calmarse y el doble bombo en su pecho no parecía interesado en bajar la intensidad de sus golpes.
    Miró su mano aún cerrada sosteniendo el hierro, los dedos blancos por la fuerza que hacía con ellos. Sintió las uñas clavándosele en la palma. Dolió todavía más abrirla que mantenerla cerrada, pero debía abrirla o el dolor sería peor.
    Una gota de sudor se le metió en el ojo derecho, parpadeó y sacudió la cabeza, el pelo le cayó sobre la frente y cometió el error de acomodárselo con la mano manchada en un acto reflejo, sin pensarlo. Llevaba meses posponiendo la visita a la casa del barbero, ahora se arrepentía. Siempre se arrepentía tarde de las cosas que hacía, casi tanto como también de las que no hacía.
    Dejó el atizador junto al hogar. Lo pensó mejor y lo colocó sobre el fuego, que crepitó levemente. Enderezó la espalda esperando que su respiración se acompasara. Ya no estaba para ese tipo de cosas, lo sabía, pero algunas veces resultaba simplemente necesario hacerlas, no existía otra razón.
    Con la mano limpia buscó el pañuelo en el bolsillo, justo ese día había decidido usar uno de los pocos que le quedaban de seda. Se lamentó por eso mientras se quitaba la sangre de la mano antes de que se secara. Lo arrojó al fuego cuando la vio más limpias que antes.
    Hizo sonar la campana antes de acordarse lo que acababa de suceder. Sabía que no vendría nadie, que no quedaba quien respondiera a sus llamados. La servidumbre ya no es lo como solía ser, pensó. Esas nuevas ideas sobre la libertad, la igualdad, la fraternidad los habían arruinado.
    Colocó varios trozos de leña en el hogar para alimentar el fuego. Tendría que traer más desde el cobertizo del fondo de la propiedad y, si no quedaba nada allí, talar alguno de los raquíticos árboles que estaban cerca del pantano, hacia el este. Como sea, necesitaría el hacha, para eso y para deshacerse del cadáver. Suspiró con fastidio al darse cuenta que tendría que ir a buscarla él mismo, porque nadie se la traería. La servidumbre ya no es lo como solía ser, pensó.

13 comentarios:

José A. García dijo...

Qué feo cuando las cosas cambian sin el consentimiento de los que creen tener alguna clase de poder...

Saludos,
J.

Dyhego dijo...

¡Que lo haga él mismo, que para eso tiene manos!
Salu2.

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Parece que de tanto ejercer el poder, se ha queado solo.
Saludos

lunaroja dijo...

Tendrá que aprender a arremangarse y a meter las manos en el fango de la plebe.
Excelente cuadro narrativo.
Un saludo.

José A. García dijo...

Según el calendario revolucionario, hoy sería 24 Germinal del año 233.
Nada, para que lo tengan en cuenta.

Saludos,
J.

BEATRIZ dijo...

Ese sentimiento homicida que producen algunos cambios, bien retratado, José A. Y la soledad por fin llega.

Saludos y feliz semana.

J.P. Alexander dijo...

Es muy bueno relato. La soledad aveces es una salvación. Te mando un beso.

gla. dijo...

Una buena historia que nos dice mucho
Abrazos

Chafardero dijo...

Los señores realizando tareas serviles, el mundo al revés

Cabrónidas dijo...

No acabó descabezado, pero igualmente es un buen final para esa clase de gentuza.

Jose Casagrande dijo...

Puede ser que aquellos que tenian poder lo perdieron y otros ocuparon el nicho, por ejemplo hoy en dia el Presidente de un banco.... dificilmente atendera la ventanilla..... siempre habra alguien con privilegios y siempre habra alguien que hara el "trabajo sucio".

Buscador dijo...

El perfume a sangre inundaba su olfato hasta marearse. Todos los días ensayaba la muerte de su mujer decapitando animales de una manera u otra en el cobertizo antes de que llegara el día. Ella siempre lo increpaba, lo maltrataba, le echaba en cara una y otra vez haberlo sacado de la pobreza y no había sido capaz ni de darle un hijo. Cuando había visita lo ridiculizaba, cuando estaban solos lo trataba con ese asco a alguien donde la nada era el...
Cada mañana acudía al cobertizo para matar algún ave o mamífero y así ayudaba al sirviente. Examinaba dónde asestar el palo fatal en la cabeza o cómo atravesar el cuello hasta que se desangrara de forma rápida. La imaginaba a ella cuando estuviera de espaldas; atenta a cualquier cosa que no fuera el cuando un golpe o el cuello degollado, terminara con tantos años de suplicio.
Simón, el mayordomo, era su mejor amigo. Le confesó sus intenciones y juntos programaron el día del asesinato a cambio de dinero y bienes. Así pues todo estaba preparado para el acto y la desaparición del cuerpo; sería un lunes 14 a abril por la noche...
La señora acostumbraba a leer un rato antes de dormir frente a la chimenea y tomaba una tila antes de irse a dormir. Ya eran las 11 de la noche cuando con el sonido de la campanilla ordenaba que se la trajeran. Simón se la sirvió y se retiró cuando cedió el paso a su marido que con ojos inyectados en sangre llevaba en la mano una barra de acero. Entró en la sala y la alzó para descargarla con todas sus fuerzas sobre el cráneo de su mujer pero, ahora, quién había en el asiento era una maniquí vestida al mismo modo de su mujer...
La policía entró y lo arrestaron por intento de homicidio.
Ahora Simón lleva unos años casado con la señora y recibe un trato de pordiosero ridiculizándolo hasta extremos cuando solo piensa matarla...

Buscador dijo...

Así queda al final. No estoy muy satisfecho con el relato...otro día será otra cosa.
Un saludo de Buscador.
El perfume a sangre inundaba su olfato hasta marearse. Todos los días ensayaba la muerte de su mujer decapitando animales de una manera u otra en el cobertizo antes de que llegara el día. Ella siempre lo increpaba, lo maltrataba, le echaba en cara una y otra vez haberlo sacado de la pobreza y no había sido capaz ni de darle un hijo. Cuando había visita lo ridiculizaba, cuando estaban solos lo trataba con ese asco a alguien donde la nada era el...
Cada mañana acudía al cobertizo para matar algún ave o mamífero y así ayudaba al sirviente. Examinaba dónde asestar el palo fatal en la cabeza o cómo atravesar el cuello hasta que se desangrara de forma rápida. La imaginaba a ella cuando estuviera de espaldas; atenta a cualquier cosa que no fuera el cuando un golpe o el cuello degollado, terminara con tantos años de suplicio.
Simón, el mayordomo, era su mejor amigo. Le confesó sus intenciones y juntos programaron el día del asesinato a cambio de dinero y bienes. Así pues todo estaba preparado para el acto y la desaparición del cuerpo; sería un lunes 14 a abril por la noche...
La señora acostumbraba a leer un rato antes de dormir frente a la chimenea y tomaba una tila antes de irse retirarse. Ya eran las 11 de la noche cuando con el sonido de la campanilla ordenaba que se la trajeran. Simón se la sirvió y se retiró cuando cedió el paso a su marido que con ojos inyectados en sangre llevaba en la mano una barra de acero. Entró en la sala y la alzó para descargarla con todas sus fuerzas sobre el cráneo de su mujer pero, ahora, quién había en el asiento era una maniquí vestida al mismo modo de su mujer...
La policía entró y lo arrestaron por intento de homicidio.
Ahora Simón lleva unos años casado con la señora y recibe un trato de pordiosero ridiculizándolo hasta extremos cuando solo piensa matarla...